martes, 26 de abril de 2011

Educación en casa: aprenden los hijos, aprenden los padres

El artículo que se presenta a continuación ha sido preparado por Rosa Terán Bobadilla, de profesión Ingeniera de Industrias Alimentarias. Leyó un articulo que previamente escribí en este blog sobre este tipo de movimiento educativo y se animó a narrae su experiencia de crianza y educación de su pequeño niño que desde muy pequeño se detectó que tenía TDAH, un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que muchos niños y adultos presentan. Los que sufren el TDAH tienen problemas de atención en sus centros de enseñanza, en el hogar o en su centro de trabajo; son generalmente mucho más activos o impulsivos de otras personas de su edad. Estos comportamientos contribuyen a causar problemas significativos en las relaciones, en el aprendizaje y en el comportamiento. Los niños con TDAH son calificados generalmente como niños difíciles o con problemas de conducta.

No siempe las escuelas y su personal docente están preparados para atender estudiantes con TDAH, tampoco la mayoría de los padres de familia. No obstante, hay excepciones relevantes y la que se presenta en los párrafos siguientes es un ejemplo de ello y de los resultados satisfactorios que pueden lograrse, ciertamente con gran sacrificio y dedicación.

A la Ingeniero Rosa Terán Bobadilla mil gracias por su aporte.

Educación en casa: aprenden los hijos, aprenden los padres

Por: Rosa Terán Bobadilla

Estoy segura que muchos se identificarán con la historia que les voy a contar, por eso la comparto, para que descubran que una situación, aparentemente desafortunada, puede resultar muy beneficiosa para nosotros y para los que queremos.

Mi hijo mayor nació con catarata congénita en ambos ojos y, a partir de los 4 meses de nacido, fue sometido a 6 operaciones en total, hasta los 2 años de edad. Me dijeron que era muy probable que no recuperara la visión, pero se recuperó bastante bien, pudiendo tener una visión que le permite desenvolverse solo, con ayuda de anteojos.

Sin embargo, cuando tenía alrededor de 3 años, comenzó a manifestar una conducta diferente: dormía poco, tenía mucha energía, se concentraba sólo en algunas actividades como sus juegos, los cuales repetía una y otra vez sin cansarse. Se mostraba muy irritable cuando alguien alteraba “su orden”. En muchas ocasiones estallaba en llanto cuando alguien, por limpiar, movía una sola pieza de su castillo de lego, algo que para nosotros era insignificante, para él era muy importante. Por sugerencia de la profesora del nido, lo llevé a un neurólogo y me dijeron que no tenía nada anormal, que su conducta era característica de un niño pequeño.

Pasaron los años, hasta que, cuando estaba en 1er grado de primaria, su falta de concentración era más notoria, su irritabilidad y energía desbordante también. La psicóloga me sugirió llevarlo a un Psiquiatra, el cual, después de evaluarlo, me dijo: “lo que su hijo tiene se llama TDAH, Transtorno de Déficit de Atención e Hiperactividad”. El médico me dijo que este transtorno tenía tratamiento y que mejoraría mucho si recibía una medicación y terapias. En vez de asustarme, me sentí enormemente aliviada por saber al fin lo que tenía mi hijo y, sobre todo, saber que había un tratamiento; que mi hijo tenía esa conducta no por “malcriado y engreído”, como muchos que desconocen del tema, califican a un niño con TDAH, inclusive hasta los maestros.

Seguí las indicaciones del médico, los niveles de energía se regularon un poco y su concentración mejoró. Sin embargo, su irritabilidad no disminuyó y eso le causaba problemas en el colegio, en la relación con sus compañeros de clase. Aun se seguía atrasando en copiar las incontables líneas escritas en la pizarra por el profesor, siempre tenía que completar lo faltante prestándose el cuaderno de los compañeros. Aunque su energía estaba más regulada, solía todavía hacer muchas preguntas a los profesores, nunca se conformaba con una ligera explicación, y eso molestaba a sus compañeros e incluso a algunos de sus profesores.

Por otro lado, sorprendía su habilidad para las ciencias y su enorme seguridad al momento de exponer, aunque estuviera rodeado de un amplio auditorio, como ocurrió cuando tenía 7 años, en la “Semana de Ciencias”, organizada por el colegio. Cabe señalar que, para que mantuviera un buen desempeño en el colegio, yo me veía obligada a apoyarlo mucho en la casa, prácticamente yo le hacía la clase nuevamente en la casa, ya que lo dictado en el aula no lo aprovechaba lo suficiente.

Al pasar al 3er grado, cambiaron de profesores, comenzaron a surgir más problemas en el aula. Las clases pasaron a ser una tortura para él. Me rogó que no lo obligara a ir al colegio, que quería aprender pero que no le gustaba el colegio, estaba cansado que lo trataran de “loco” porque se portaba diferente o porque, por su visión deficiente y su falta de concentración aun no superada totalmente, se atrasaba siempre, el copiar era para él una pesadilla.

Lo cambié de colegio, pero lo tuvieron una semana y me dijeron que no era recomendable que se mantuviera allí, que la profesora no podía manejar el aula con un niño que necesitaba de un trato diferente, que eso no le permitiría avanzar. Seguí buscando otros colegios, de pocos alumnos y otros especializados en niños con problemas de aprendizaje, pero éstos últimos, además de ser muy caros, no atendían sólo a niños con TDAH, sino a niños con otras necesidades, incluso con retraso mental. Llegó un momento, al salir del último colegio que probamos, en que me dijo llorando: “¿por qué soy así?, ¿quiero ser normal?, ¿por qué no puedo estar en un colegio como los otros niños?, ¿por qué no quieren que me quede?”. Como se imaginarán, eso me rompió el corazón, me llené de rabia e impotencia. Y le dije: “Tú no eres el del problema hijo, ellos son los que tiene el problema, por ser incapaces de tratar a un niño con tantas habilidades como tú”. “Yo estoy feliz de tener un hijo con TDAH, prefiero que me llenes de preguntas a que aceptes como un corderito todo lo que te digo”. “A mí me gusta cómo eres y estoy segura que vas a llegar a ser lo que quieras ser en esta vida”.

En ese momento, me vino a la mente la pregunta: ¿Y por qué no puedo enseñarle yo a mi hijo?, ¿habrá alguna manera de que mi hijo estudie a distancia, en casa, como ocurre en otros países?. Averigüé y vi que sí se podía, encontré una institución acreditada para eso y tomé la decisión de que mi hijo se eduque en casa, después de consultar psicólogos y contactarme con personas de otros países que habían pasado por esa experiencia.

La Experiencia de Educar en Casa

Yo soy Ingeniera en Industrias Alimentarias y, después de haberme dedicado varios años a trabajar en mi área, actualmente me dedico a la docencia en educación superior y a brindar asesoría. Esto me permite tener facilidad en manejar mis horarios, de tal manera que siempre dejo un tiempo para las clases con mi hijo.

Al inicio no fue fácil. Enseñar a jóvenes y adultos no era lo mismo que enseñar a un niño con TDAH. Tuve que aprender. En parte, me ayudó mucho leer libros sobre el TDAH en sí, otros sobre metodología de la enseñanza para niños con TDAH, cursos libres sobre educación (los hay a distancia). Pero, sobre todo, aprendí con mi mismo hijo: poco a poco fui comprendiendo su manera de aprender (no todos aprendemos de la misma manera), descubrí que él aprendía “haciendo”, no solamente mirando y escuchando (con razón las clases en el colegio le eran tan aburridas). Por otro lado, como avanzaba más en menos tiempo que en el colegio, le quedaba tiempo libre para realizar otras actividades. Tuvo clases de robótica, karate, natación (las dos últimas, hasta ahora).

Su autoestima fue restableciéndose y ambos hemos aprendido a conocernos mejor. El pasar más tiempo con él me ha permitido además, impartirle valores más sólidos, tener una actitud más crítica, ya que en las clases en casa sí le permito participar activamente y cuestionar lo enseñado. Siempre pregunta: ¿Y para qué me será útil aprender esto?.

¿Hay problemas en la socialización, educándose en casa?. Saquen sus conclusiones. En muchas ocasiones, mi hijo me ha demostrado que el relacionarse con los demás no es un problema para él. No tiene miedo a dirigirse a niños, niñas ni adultos que ve por primera vez, al contrario, gracias a que tiene un vocabulario muy amplio, sabe hablar con propiedad con cualquier persona. Siempre destaca donde vaya. Les cuento por ejemplo, la ocasión en que fuimos con la familia al Circo de la Chilindrina. Saliendo de la casa hacia el circo me comentó: ¡Qué bueno sería si la Chilindrina me deja subir al escenario!”, yo le dije que no se hiciera ilusiones, que eso era imposible habiendo tanta gente.

Cuando, durante la actuación, los payasos preguntaron si algún niño quería subir a hacer trucos, mi hijo gritó tan fuerte, que era imposible que no notaran su presencia en medio de tanta gente. Me quedé asombrada viendo a mi hijo cumpliendo su sueño, se encontraba en el escenario haciendo trucos de magia. Como esta anécdota hay varias qué compartir, pero no quiero cansarlos. Sólo quiero manifestarles que lo que le dije a mi hijo sobre lo afortunada que me siento de ser madre de un niño con TDAH, es verdad. Y más afortunada, porque me es posible educarle con amor. Las cosas no han sido fáciles. Mi hijo me demanda mucha energía y a veces me siento muy agotada, pero estoy feliz porque sé que estoy haciendo lo correcto.

FUENTE: Educared

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